Un corazón humilde y misericordioso

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Esta web describe los hechos acaecidos en San Sebastián de Garabandal (Cantabria, España) a partir del año 1961, sin pretender suplantar el juicio definitivo sobre lo que sucedió y que compete solo a la autoridad de la Iglesia católica. A ese juicio nos sometemos.

Junio 2022

Un Corazón humilde y misericordioso

Ya hemos comenzado el mes de junio, mes dedicado de manera especial al Sagrado Corazón de Jesús. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús nos habla de misericordia y de confianza. Misericordia porque Él es toda misericordia para con el pecador arrepentido; y confianza porque la respuesta que Él espera de nosotros es que tengamos confianza en Él. ¡Cuánto nos cuesta a veces fiarnos totalmente de Dios a pesar de todas las veces que Él ha demostrado que es de fiar!

Desde los primeros tiempos de la Iglesia se ha meditado en el costado y corazón abierto de Jesús, de donde salió sangre y agua. La Iglesia nació de ese Corazón y ese Corazón es la puerta para el Cielo. En la devoción al Sagrado Corazón veneramos el mismo Corazón de Dios, y es lo que hace que sea una devoción que está por encima de otras devociones. En el siglo XVII Jesús mismo fue quien estableció esta devoción a través de una humilde religiosa, Santa Margarita María de Alacoque. Se le apareció en varias ocasiones en el convento de Paray-le-Monial, en Francia.

En una de las apariciones, el 16 de junio de 1675, se le apareció Nuestro Señor y le mostró a la santa su Corazón. Estaba rodeado de llamas de amor, coronado de espinas, con una herida abierta, y del interior de su corazón salía una cruz. El Señor le dijo: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor”.

La devoción en sí está dirigida a la persona de Nuestro Señor Jesucristo y a su amor no correspondido, representado por su Corazón. Hay, pues, dos actos esenciales en esta devoción: amor y reparación. Él merece nuestro amor por lo mucho que nos ama y debemos hacer reparación por las muchas injurias que recibe sobre todo en la Sagrada Eucaristía.

Es un mes en el cual podemos esforzarnos de manera particular en consolar el corazón de Jesús acogiendo su amor. La Virgen nos dice en uno de los mensajes: «A la Eucaristía se le da cada vez menos importancia”. Es una forma de decirnos que la Eucaristía está abandonada, ya no se le visita, ya no damos formación suficiente sobre su presencia real, no se le cuida con el debido respeto, ni se le trata con la delicadeza y el amor que se merece, porque es Dios. Algo práctico que podemos hacer para este mes es el propósito de visitarle muchas veces en el Sacramento. Si algo nos impide ir físicamente, vayamos espiritualmente a algún sagrario abandonado, a hacerle compañía, y hagamos actos de amor y reparación rezando una estación a Jesús Sacramentado y diciéndole lo que se nos ocurra al Corazón.

Que Nuestra Madre aumente nuestro amor a la Santísima Eucaristía.

Dios os bendiga

Equipo garabandal.it

Un forastero en Jerusalén

Estos dos discípulos habían estado con Jesús. Habían caminado con él de aldea en aldea, de pueblo a pueblo, de cuidad a ciudad. Habían pescado juntos, habían hablado hasta las altas horas de la madrugada, sus caras iluminadas por el fuego de la fogata. Se habían congregado alrededor de la mesa comunal para comer y beber juntos.

Cleofás y este otro discípulo deberían ser capaces de reconocer a Jesús cuando lo encuentran en el camino a Emaús. Ellos conocen a Jesús: saben que aspecto tiene, el tono de su voz, su acento, sus peculiaridades. Pero, a pesar de este conocimiento, no lo reconocen en primera instancia.

Y si estos dos discípulos no reconocen a Jesús, ¿porqué creemos que nosotros lo podríamos reconocer? – si fuera a encontrarse con Jesús en camino a su trabajo, en el supermercado, a su lado en la iglesia. Si Jesús se nos acerca, ¿por qué estamos seguros que lo podríamos reconocer? ¿Por qué estamos seguros que no lo ignoraríamos? ¿Qué nos asegura que ya no lo hemos ignorado?

Estos dos discípulos no reconocieron a Jesús porque no se parecía al Jesús que recordaban. No se parece la imagen de Jesús. Su aspecto es raro. Sus palabras suenan extrañas. Parece un forastero, como que no debiera estar en ese camino – tal vez la piel era demasiada clara u oscura, o rasgos demasiado masculinos o femeninos, o una apariencia física que parecía demasiado ordinaria o demasiada exótica.

Sea lo que sea, él está fuera de lugar. De eso sí están seguros. Lo llaman forastero, extranjero, extraño. La palabra en griego es paroikeo, una palabra que describe a alguien que se encuentra lejos de casa, un peregrino, un inmigrante. Según la definición que nos ofrece el léxico, el diccionario de palabras griegas – paroikeo, “el estado de estar en un lugar extraño sin derecho de ciudadanía.”

Cleofás le dice a Jesús en el versículo dieciocho: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?” Cleofás parece estar molesto con este forastero, por la manera en que interrumpe su caminata, molesto con la forma en que interrumpe una conversación ajena. Cleofás piensa que este forastero es ignorante, que este extranjero es una molestia. No tiene ni idea de que el forastero es Jesús.

Jesús parece ser un hombre amable, que simplemente está tratando de tener una conversación en un viaje largo. Jesús les pregunta, “¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis?” les pregunta en el versículo diecisiete. Él solo quiere hablar, entrar en conversación, hacer amistad con los dos hombres en el camino a Emaús. ¿De que están hablando? pregunta Jesús.

Para estos dos discípulos, la presencia de Jesús es una intrusión, una interrupción. Jesús es un forastero que trata de introducirse en una conversación y relación que no le pertenece. Jesús es un extranjero ignorante, un extraño desinformado. Pero a pesar de todo esto, este forastero se convierte en un compañero de viaje, alguien con quien charlar, un peregrino en el camino, junto a los discípulos.

Así es la gracia. Esta es una historia de cómo funciona la gracia de Dios, de cómo Dios se acerca a nosotros. A pesar de nuestras resistencias y oposiciones, a pesar de nuestra impaciencia y confusión, a pesar de nuestros ojos velados, nuestra incapacidad de ver claramente, nuestra incapacidad de ver a la gente, de ver a forasteros, de darles la bienvenida, como dones de Dios, como gracia para nosotros, como mensajeros de Dios, como imágenes de Dios, como presencia divina para nosotros, como personas que nos invitan a entrar a la presencia de Dios. En este relato, la gracia de Dios se da en la presencia de un forastero—un extraño que resulta ser un amigo, un extranjero que termina siendo nuestro salvador.

Esta historia de los discípulos y Jesús en el camino a Emaús nos demuestra cómo funciona la gracia de Dios, un cuadro de la gracia divina — la gracia de Dios hecha carne en Jesús, caminando, hablando, comiendo: la gracia divina hecha común, la gracia de Dios transformando nuestras vidas comunes, hecha humana en Jesús, en encuentros y relaciones llenas de gracia.

Los discípulos, por si solos, lo hubieran pasado por alto, lo habrían ignorado. Hubieran perdido la oportunidad de encontrarse con Jesús, de estar en la presencia de Dios. Pero las buenas nuevas son que Dios, en su gracia divina, actúa primero, viene a nosotros, nos encuentra donde estamos, quiere caminar con nosotros.

Al igual que los discípulos, nosotros estamos continuamente aprendiendo a estar dispuestos a recibir el regalo de gracia, en el proceso de abrirnos a Dios, a darle la bienvenida — a recibir al Dios que no aparece de forma familiar, que no actúa como esperábamos. Al igual que los discípulos, nosotros también fallamos en reconocer a Dios, desconocemos a extranjeros, a forasteros — a un Dios que parece extraño, que es forastero, que siempre nos anda sorprendiendo.

Si siempre desconocemos a otros, nos equivocamos, los malentendemos, lo descartamos, por causa de nuestras predisposiciones, nuestros estereotipos, y nuestras ideologías que nos ciegan, por causa de nuestra ceguera ideológica que viene con creer que sabemos la forma humana que Dios toma, la manera en que Dios se expresa, las acciones que Dios lleva a cabo, las personas que Dios usa, a quien ofrece a la iglesia como dones.

Pero si nosotros descartamos a personas que parecen demasiado extrañas, que son extranjeros, que son demasiado diferentes, ¿cómo podemos estar seguros que no hemos ignorado a Dios, al Dios que siempre nos está sorprendiendo?

Qué significa descendió a los infiernos ?

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¿QUÉ SIGNIFICA DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS?

En el Sábado Santo celebramos la frase que recitamos en el Credo “Descendió a los Infiernos”, es un día de reflexión y acompañamiento a la Madre de Dios que está a la espera de la resurrección del Hijo.

En su designio de salvación, Dios dispuso que Cristo no solamente “muriese por nuestros pecados” (1 Co 15, 3), sino también que conociera el estado de muerte, el estado de separación entre alma y cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que expiró en la Cruz y el momento en que resucitó. Ese momento se revive cada Sábado Santo.

Se conoce por las Sagradas Escrituras y la Tradición que Jesús bajó al “Seol” o infierno, donde permanecían las almas de todos los muertos.

En aquel lugar estaban todos los santos y justos que perecieron antes de la muerte de Jesucristo y no tenían cómo llegar al cielo: los patriarcas, los profetas, los reyes, San José, entre otros.

Según la Tradición de la Iglesia, cuando Jesús muere, desciende al infierno y lleva consigo al cielo a todos los que creyeron.

En resumen, el Sábado Santo es una fecha distinta al Jueves y Viernes Santos porque no ocurrieron acontecimientos visibles en la tierra.

Debido que Jesús “ha muerto” se debe guardar silencio en ese día, semejante al duelo cuando perdemos a un ser querido. También es tiempo de espera de la Resurrección de Cristo durante la primera parte del día.

Qué significa descendió a los infiernos?

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¿QUÉ SIGNIFICA DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS?

En el Sábado Santo celebramos la frase que recitamos en el Credo “Descendió a los Infiernos”, es un día de reflexión y acompañamiento a la Madre de Dios que está a la espera de la resurrección del Hijo.

En su designio de salvación, Dios dispuso que Cristo no solamente “muriese por nuestros pecados” (1 Co 15, 3), sino también que conociera el estado de muerte, el estado de separación entre alma y cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que expiró en la Cruz y el momento en que resucitó. Ese momento se revive cada Sábado Santo.

Se conoce por las Sagradas Escrituras y la Tradición que Jesús bajó al “Seol” o infierno, donde permanecían las almas de todos los muertos.

En aquel lugar estaban todos los santos y justos que perecieron antes de la muerte de Jesucristo y no tenían cómo llegar al cielo: los patriarcas, los profetas, los reyes, San José, entre otros.

Según la Tradición de la Iglesia, cuando Jesús muere, desciende al infierno y lleva consigo al cielo a todos los que creyeron.

En resumen, el Sábado Santo es una fecha distinta al Jueves y Viernes Santos porque no ocurrieron acontecimientos visibles en la tierra.

Debido que Jesús “ha muerto” se debe guardar silencio en ese día, semejante al duelo cuando perdemos a un ser que

rido. También es tiempo de espera de la Resurrección de Cristo durante la primera parte del día.

Gentileza de : Graciela Ciochi

Si quieres puedes curarme

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Esta web describe los hechos acaecidos en San Sebastián de Garabandal (Cantabria, España) a partir del año 1961, sin pretender suplantar el juicio definitivo sobre lo que sucedió y que compete solo a la autoridad de la Iglesia católica. A ese juicio nos sometemos.

Febrero 2022

Si quieres, puedes curarme

En el último newsletter hablamos de la esperanza y la fe en el sufrimiento. Este mes, dedicado de manera especial a los enfermos, nuestra mirada y pensamiento vuelven de nuevo sobre el misterio del sufrimiento humano. Dijo San Juan Pablo II que: «A través de los siglos y generaciones se ha constatado que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo. […] Ante el hermano o la hermana que sufren, Cristo abre y despliega gradualmente los horizontes del Reino de Dios, de un mundo convertido al Creador, de un mundo liberado del pecado, que se está edificando sobre el poder salvífico del amor. Y, de una forma lenta pero eficaz, Cristo introduce en este mundo, en este Reino del Padre al hombre que sufre, en cierto modo a través de lo íntimo de su sufrimiento» (Salvifici doloris, 26). El sufrimiento solo encuentra su sentido unido a Cristo, quien nos introduce en una dimensión más profunda de la misma. Él nos ha redimido con su cruz y nos invita a coger nuestra cruz y así unirnos a su misión redentora. En Garabandal vemos cómo Jesús habló a Conchita en locución, en al menos dos ocasiones, sobre la cruz: «En cualquier parte hallarás la Cruz, el sufrimiento» y, «Jesús, cuando yo se lo estaba pidiendo [la cruz] me contestó: “Sí, te daré la cruz”» (Diario de Conchita, 81).

El hecho de aceptar el sufrimiento y la cruz no significa que nuestro corazón no pueda acudir al Todopoderoso para que nos ayude e incluso para que nos cure de nuestras enfermedades corporales y espirituales. El Evangelio está lleno de relatos en los que vemos cómo el Señor acude a los enfermos, los cura, los consuela, los da nueva vida. Nosotros, en nuestra debilidad y necesidad, podemos y debemos acudir al médico divino para que, si es su voluntad, nos cure. Debemos tomar tiempo para meditar estos pasajes en que vemos conmoverse el corazón de Dios. 

En ocasiones los Evangelios hablan en general de que curaba a muchos enfermos, pero en otros, los relatos son más extensos y detallados y podemos quedarnos contemplando los movimientos de Jesús. Quizá muchos podemos sentirnos como la hemorroísa, que no se atreve a acercarse, pero la fe le dice que con solo tocar su manto sería curada; o como el ciego Bartimeo que al oír que pasaba Jesús empieza a gritar a grandes voces pidiéndole misericordia; o como el paralítico junto a la piscina de Betesda, que no tenía quien le introdujera en las aguas; o como el leproso que decía a Jesús con fe: «Señor, si quieres, puedes curarme» (Lc 5,12). Y así una lista larga de todas las personas que se acercaron a Jesús para ser tocados y curados por Él. Vemos una condición, el acercarse. En el caso del siervo del centurión, o del paralítico que fue introducido por los amigos por un boquete abierto en el tejado, vemos el poder de intercesión. Es decir, nos acercamos a Jesús no solo para pedir por nosotros mismos, sino también por los que amamos, y aún más, por los que no conocemos personalmente pero que a través de la oración podemos presentar al Señor. En la oración podemos ponernos delante de Él con las actitudes que vemos en todas estas personas curadas por el Señor: fe, humildad, confianza. 

No busquemos solo una curación corporal. El Señor lo eleva, habla de no pecar más, de que su fe le ha salvado. Muchas veces a pesar de tener enfermedades reales físicas, no es de estas de las que tenemos más necesidad de curación sino más bien de las enfermedades espirituales, que nacen en primer lugar de los pecados capitales. Las enfermedades espirituales, como la tibieza, la mediocridad, las heridas de los pecados voluntarios necesitan con más urgencia de la mano del Señor. Hay algo peor incluso que estas enfermedades y es la muerte espiritual, el pecado mortal. De él pedimos ser librados y cuando nos acaece corremos con urgencia a la fuente de la gracia salvadora en el sacramento de la Confesión antes de que sea demasiado tarde. 

Antes de concluir nuestra reflexión volvemos la mirada a María, a quien recordamos de manera especial en este mes bajo el título de Inmaculada Concepción y la Virgen de Lourdes. Ella, igual que estuvo junto a la cruz de su Hijo, está junto a nosotros en nuestras cruces y nuestros sufrimientos. «El divino Redentor quiere penetrar en el ánimo de todo paciente a través del corazón de su Madre Santísima, primicia y vértice de todos los redimidos. Como continuación de la maternidad que por obra del Espíritu Santo le había dado la vida, Cristo moribundo confirió a la siempre Virgen María una nueva maternidad -espiritual y universal- hacia todos los hombres, a fin de que cada uno, en la peregrinación de la fe, quedar, junto con María, estrechamente unido a Él hasta la cruz, y cada sufrimiento, regenerado con la fuerza de esta cruz, se convirtiera, desde la debilidad del hombre, en fuerza de Dios» (Salvifici doloris, 26). Ella intercede por nosotros y a Ella podemos acudir con plena confianza en nuestras necesidades. 

Dios os bendiga

Equipo garabandal.it

Santa Faustina Kowalska

Santa Faustina sufrió la mayor parte de su noviciado constantes combates interiores. No podía meditar ni sentir la presencia de Dios. Sufrió fuertes tormentos y tentaciones, aún estando en la capilla. En más de una ocasión, estando en la Santa Misa, sintió que blasfemaba contra Dios, no sentía contento con nada. Hasta las verdades más simples sobre la fe le eran difícil de comprender.

Durante todo este tiempo Santa Faustina no estuvo sola, tuvo la ayuda de su Maestra de Novicias, Sor Joseph Brzoza quien veía en ella grandes gracias venidas de Dios. Aunque Santa Faustina se sentía en ese momento totalmente abandonada por Dios, Sor Joseph le decía: «sepa querida hermana que Dios quiere tenerla bien cerca de El en el Cielo. Tenga gran confianza en Jesús.»

Durante su tercer año de noviciado le fue revelado lo que era ser Alma Víctima. Anota ella en su diario: «El sufrir es una gracia grande; a través del sufrimiento el alma se hace como la del Salvador; en el sufrimiento el amor se cristaliza, mientras más grande el sufrimiento más puro el amor». (57)

Sor Faustina se ofreció como víctima por los pecadores y con este propósito experimentó diversos sufrimientos para salvar las almas a través de ellos. Durante una hora particular de adoración, Dios le reveló a Santa Faustina todo lo que ella tendría que sufrir: falsas acusaciones, la pérdida del buen nombre, y mucho más. Cuando la visión terminó, un sudor frío bañó su frente. Jesús le hizo saber que aún cuando ella no diere su consentimiento a esto, ella se salvaría y El no disminuiría Sus gracias y seguiría manteniendo una relación íntima con ella. La generosidad de Dios no disminuiría para nada. Consciente de que todo el misterio dependía de ella, consintió libremente al sacrificio en completo uso de sus facultades. Luego escribió lo siguiente en su diario: “De repente, cuando había consentido a hacer el sacrificio con todo mi corazón y todo mi entendimiento; la presencia de Dios me cubrió, me parecía que me moría de amor a la vista de su mirada.”

Durante la Cuaresma de ese mismo año, 1933, experimentó en su propio cuerpo y corazón la Pasión del Señor, recibiendo invisiblemente las estigmas. Únicamente su confesor lo conoció. Ella lo narra así: «Un día durante la oración, vi una gran luz y de esta luz salían rayos que me envolvían completamente. De pronto sentí un dolor muy agudo en mis manos, en mis pies, y en mi costado, y sentí el dolor de la corona de espinas, pero esto fue sólo por un tiempo bien corto.»

Tiempo más tarde, cuando Santa Faustina se enfermó de Tuberculosis, experimentó nuevamente los sufrimientos de la Pasión del Señor repitiéndose todos los Viernes y algunas veces cuando se encontraba con un alma que no estaba en estado de gracia. Aunque esto no era muy frecuente; los sufrimientos eran dolorosos y de corta duración, no los hubiera soportado sin una gracia especial de Dios.

«Oh Sangre y Agua que brotaste del Santísimo Corazón de Jesús como fuente de misericordia para nosotros en ti confío.
Oh Jesús, te entregaste por nosotros a tan asombrosa pasión únicamente por amor.
La justicia de tu Padre habría sido expiada con un solo suspiro tuyo y todos tus anonadamientos son actos de tu misericordia y tu inconcebible amor (…)
Cuando estabas muriendo en la cruz, en aquel momento nos donaste tu vida eterna, al haber permitido abrir tu sacratísimo costado nos abriste una inagotable fuente de tu misericordia; nos ofreciste lo más valioso que tenías, es decir, la sangre y el agua de tu Corazón.
He aquí la omnipotencia de tu misericordia, de ella toda gracia fluye a nosotros.
Oh Jesús extendido sobre la cruz, te ruego concédeme la gracia de cumplir fielmente con la santísima voluntad de tu Padre en todas las cosas, siempre y en todo lugar.
Y cuando esta voluntad me parezca pesada y difícil de cumplir, es entonces que te ruego, Jesús, que de tus heridas fluyan sobre mí fuerza y fortaleza y que mis labios repitan constantemente: hágase tu voluntad, Señor.
Oh Salvador del mundo, Amante de la salvación humana que entre terribles tormentos y dolor, te olvidaste de ti mismo para pensar únicamente en la salvación de las almas. Compasivísimo Jesús, concédeme la gracia de olvidarme de mí misma para que pueda vivir totalmente por las almas, ayudándote en la obra de salvación, según la santísima voluntad de tu Padre.
Expiraste, Jesús, pero la fuente de vida brotó para las almas y se abrió el mar de misericordia para el mundo entero. Oh fuente de vida, insondable misericordia de Dios, abarca el mundo entero y derrámate sobre nosotros.
Oh Sangre y Agua, que brotaste del Corazón de Jesús como una Fuente de Misericordia para nosotros, en ti confío!
Tu expiraste, Jesús, pero la fuente de vida brotó inmensamente para las almas, y el océano de Misericordia se abrió por todo el mundo.
Oh fuente de Vida, Oh Misericordia Infinita, envuelve todo el mundo y desocúpate sobre nosotros.
Oh Sangre y Agua que brotaste del Santísimo Corazón de Jesús como fuente de misericordia para nosotros en ti confío» (Diario, 187).
Amor eterno, llama pura, arde incesantemente en mi corazón y diviniza todo mi ser según Tu eterno designio por el cual me has llamado a la existencia y a participar en Tu eterna felicidad” (Diario, 1523).
“Oh, Dios misericordioso que no nos desprecias sino que continuamente nos colmas de tus gracias, nos haces dignos de Tu reino y en Tu bondad llenas con los hombres los lugares abandonados por los ángeles ingratos.
Oh Dios de gran misericordia que has apartado Tu santa vista de los ángeles rebeldes dirigiéndola al hombre arrepentido, sea honor y gloria a Tu misericordia insondable…” (Diario, 1339).

Oh Jesús, tendido sobre la cruz, Te ruego, concédeme la gracia de cumplir fielmente con la santísima voluntad de Tu Padre, en todo, siempre y en cualquier lugar.
Y cuando esta voluntad de Dios me parezca pesada y difícil de cumplir, es entonces que Te ruego, Jesús, que de Tus heridas fluyan sobre mí fuerza y fortaleza y que mis labios repitan:
Hágase Tu voluntad, Señor… Compasivísimo Jesús, concédeme la gracia de olvidarme de mi misma para que pueda vivir totalmente por las almas, ayudándote en la obra de salvación, según la santísima voluntad de Tu Padre…” (Diario, 1265)
“Oh Señor, deseo transformarme toda en Tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti. Que este supremo atributo de Dios, es decir su insondable misericordia, pase a través de mi corazón al prójimo.
Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarla.
Ayúdame, oh Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.
Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás hable negativamente de mis prójimos sino que tenga una palabra de consuelo y perdón para todos.
Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargue sobre mí las tareas más difíciles y más penosas.
Ayúdame, oh Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. (…)
Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo (…)
Que Tu misericordia, oh Señor mío, repose dentro de mí” (Diario, 163).

“Oh, Rey de Misericordia, guía mi alma…” (Diario, 3).

“Que cada latido de mi corazón sea un nuevo himno de agradecimiento a Ti, oh Dios. Que cada gota de mi sangre circule para Ti. Señor, mi alma es todo un himno de adoración a Tu misericordia. Te amo, Dios, por Ti Mismo” (Diario, 1794).

“Oh Jesús, deseo vivir el momento actual, vivir como si este día fuera el último de mi vida: aprovechar con celo cada momento para la mayor gloria de Dios, disfrutar de cada circunstancia de modo que el alma saque provecho. Mirar todo desde el punto de vista de que sin la voluntad de Dios no sucede nada.
Oh Dios de insondable misericordia, abraza el mundo entero y derrámate sobre nosotros a través del piadoso Corazón de Jesús” (Diario, 1183).

“Oh Dios de gran misericordia, Bondad infinita, hoy toda la humanidad clama, desde el abismo de su miseria, a Tu misericordia, a Tu compasión, oh Dios; y grita con la potente voz de la miseria. Dios indulgente, no rechaces la oración de los desterrados de esta tierra.
Oh Señor, Bondad inconcebible que conoces perfectamente nuestra miseria y sabes que por nuestras propias fuerzas no podemos ascender hasta Ti, Te imploramos, anticípanos Tu gracia y multiplica incesantemente Tu misericordia en nosotros para que cumplamos fielmente Tu santa voluntad a lo largo de nuestras vidas y a la hora de la muerte.
Que la omnipotencia de Tu misericordia nos proteja de las flechas de los enemigos de nuestra salvación, para que con confianza, como Tus hijos, esperemos Tu última venida…” (Diario, 1570).
«Oh Jesús, te entregaste por nosotros a tan asombrosa pasión únicamente por amor.
La justicia de tu Padre habría sido expiada con un solo suspiro tuyo y todos tus anonadamientos son actos de tu misericordia y tu inconcebible amor (…)»  (Diario, 1447).

«Oh Jesús, Verdad eterna, Vida nuestra, te suplico y mendigo tu misericordia para los pobres pecadores. Dulcísimo Corazón de mi Señor, lleno de piedad y de misericordia insondable, te suplico por los pobres pecadores.
Oh sacratísimo Corazón, fuente de misericordia de donde brotan rayos de gracias inconcebibles sobre toda la raza humana.
Te suplico luz para los pobres pecadores.
Oh Jesús, recuerda tu amarga pasión y no permitas que se pierdan las almas redimidas con tan preciosísima, santísima sangre tuya.
Oh Jesús, cuando considero el alto precio de tu sangre, me regocijo en su inmensidad porque una sola gota habría bastado para salvar a todos los pecadores (…)
Oh, qué alegría arde en mi corazón cuando contemplo tu bondad inconcebible, oh Jesús mío. Deseo traer a todos los pecadores a tus pies para que glorifiquen tu misericordia por los siglos de los siglos» (Diario, 72).

Domingo de la Santísima Trinidad

Este próximo domingo la Iglesia católica celebra la solemnidad de la Santísima Trinidad en el primer domingo después de Pentecostés. El catecismo de la Iglesia católica afirma: “El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la “jerarquía de las verdades de fe”. La Santísima Trinidad es una verdad de fe que Dios nos ha ido revelando poco a poco, es un solo Dios en tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El misterio de la Santísima Trinidad no se puede entender totalmente, por ello es un misterio. Santa Juana de Arco lo explicaba diciendo: “Dios es tan grande que supera nuestra ciencia”, por tanto, supera el entendimiento humano. Sin embargo, al celebrarle reconocemos que: “Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo”

Un solo Dios en tres Personas distintas, es el misterio central de la fe y de la vida cristiana, pues es el misterio de Dios en Sí mismo.

Aunque es un dogma difícil de entender, fue el primero que expresaron los Apóstoles. Después de la Resurrección, comprendieron que Jesús era el Salvador enviado por el Padre. Y, cuando experimentaron la acción del Espíritu Santo dentro de sus corazones en Pentecostés, comprendieron que el único Dios era Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Los católicos creemos que la Trinidad es Una. No creemos en tres dioses, sino en un sólo Dios en tres Personas distintas. No es que Dios esté dividido en tres, pues cada una de las tres Personas es enteramente Dios. Cada vez que hacemos la Señal de la Cruz sobre nuestro cuerpo, recordamos el misterio de la Santísima Trinidad. – En el nombre del Padre: Ponemos la mano sobre la frente, señalando el cerebro que controla todo nuestro cuerpo, recordando en forma simbólica que Dios es la fuente de nuestra vida. -…y del Hijo: Colocamos la mano en el pecho, donde está el corazón, que simboliza al amor. Recordamos con ello que por amor a los hombres, Jesucristo se encarnó, murió y resucitó para librarnos del pecado y llevarnos a la vida eterna. -…Y del Espíritu Santo: Colocamos la mano en el hombro izquierdo y luego en el derecho, recordando que el Espíritu Santo nos ayuda a cargar con el peso de nuestra vida, el que nos ilumina y nos da la gracia para vivir de acuerdo con los mandatos de Jesucristo. Algunas personas argumentan que no es verdad porque no podemos entender el misterio de la Santísima Trinidad a través de la razón. Esto es cierto, no podemos entenderlo con la sola razón, necesitamos de la fe ya que se trata de un misterio. Es un misterio hermoso en el que Dios nos envía a su Hijo para salvarnos.

ORACIONES A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

1.– Todo debemos hacerlo… -En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

2.– Todo debe ser para dar… -Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén

3.– Nuestra fe, esperanza y amor deben ser para cada una de las Personas de la Stma Trinidad: -Creo en Dios Padre, creo en Dios Hijo, creo en Dios Espíritu Santo. Espero en Dios Padre, espero en Dios Hijo, espero en Dios Espíritu Santo. Amo en Dios Padre, amo en Dios Hijo, amo en Dios Espíritu Santo. Amo a la Santísima Trinidad.

4.-Oración para situaciones difíciles y de sufrimiento: – Santísima Trinidad, Dios Trino y Uno, Padre, Hijo y Espíritu Santo, principio y fin nuestro, postrado delante de Ti te rindo homenaje: ¡Bendita y alabada sea la Santísima Trinidad! Yo (NOMBRE) acudo a Ti con entera confianza para pedirte me vea siempre libre del mal así como de todas las adversidades y peligros, y en mis necesidades, te ruego, me otorgues tu favor. Acuérdate que soy tu hijo-a, y apiádate de mis padecimientos, de mis necesidades y concédeme asistencia en esta difícil situación.

María me enseña a…

Si alguien sufrió un dolor profundo fue María. Padeció la peor de las tribulaciones. A los pies de la Cruz vio morir a su Hijo, el Hijo de Dios. Sufrió viendo como Aquel que hacía el bien, Aquel al que había criado y amamantado, educado y compartido su vida, era crucificado. Y jamás dudó de la presencia de Dios. María me enseña a no dudar nunca de la presencia de Dios en mi vida aunque por algún momento me acechen las incertidumbres, como cuando uno pudo pensar que Dios se ausentó por un momento en la cruz. María me enseña a ser recio ante las dificultades, a soportar el dolor y el sufrimiento. Y por encima de todo a reconocer la voz de Dios en mi vida. A escuchar la voz de Cristo. A comprender Su Palabra, a vivirla, a hacerla mía, a seguirla y a obedecerla. El hágase en mi según tu Palabra no es algo perecedero, es un  permanente en la vida cristiana. Es ser sensible a la llamada divina y a la capacidad de discernir y descubrir las diferentes formas con las que Dios se manifiesta, habla y actúa.

María me enseña a abrir mi corazón para estar abierto a la voluntad del Padre, a hacer lo que Él os diga, a sensibilizarme para comprender que Dios me habla y ser capaz de discernir su voz. María, que oraba y lo guardaba todo en su corazón, me enseña a vivir mi vida a través de la Palabra revelada y a seguir la inspiración del Espíritu Santo para entender lo que Dios quiere de mi, lo que Dios me quiere decir, lo que Dios espera de mi vida aunque por algún momento no lo comprenda.

María me muestra en su propia vida como Dios es capaz de cambiar la propia historia de las personas. Como de una persona corriente puede hacer maravillas. Como de una persona corriente como yo, puede obrar milagros siempre que sea capaz de discernir cuál es su voluntad para mi. María me enseña que basta la fe, la confianza, la humildad y un corazón abierto para que Dios pueda hacer cosas extraordinarias en su corazón. No ocurre solo con María. Lo hizo también con san José, al que le otorgó en sueños el privilegio de ser padre del Salvador o con Pablo, que la luz cegadora en el camino lo convirtió en el más aguerrido de los apóstoles. 

Hoy, en el sí de mi vida, Dios también me habla. Se dirige a mi para que transforme lo que deba ser cambiado. Me habla y quiere que sea capaz de reconocer su voz. A través de la Palabra. A través de un familiar o de un amigo. A través de un suceso. A través de una situación concreta. Y para ello María me enseña que tengo que abrir el corazón, tenerlo limpio, abrirme a la acción del Espíritu, renunciar a mis propios egos, intereses y pensamientos y comprometerme con Él para ser transformado, renovado y sanado. María me invita a pensar como piensa Dios, desear lo que desea Dios, amar como ama Dios. Y dejarme guiar siempre por el Espíritu de la verdad que todo lo hace nuevo

Justo, fiel, prudente, confiado, amoroso y generoso… como San José

Ha sido una bendición que el Santo Padre proclamara en este Año de la Familia el Año de San José. Te permite ahondar en su figura tan tierna y bondadosa. 

José es el hombre justo que te invita a ser y actuar como él. La riqueza de este término va más allá del uso que se le da cuando se aplica al ámbito económico. Justo se refiere a un ser realizado y abierto, alguien que no se mira a sí mismo sino que, por encima de todo, mira a Aquel que lo hizo y a quien sirve: Dios su creador y su protector.

Decir que José era un hombre justo es situarlo en un entorno en el que lo importante no es lo que haces, lo que ganas, el éxito que tienes, sino quién eres. Por eso, el humilde artesano, el carpintero, el hombre humilde que fue José, es modelo para aquellos que en nuestro mundo piden ser reconocidos en su dignidad humana. ¡Qué maravilloso ejemplo!

José, el justo, no se encerró jamás en si mismo. Acogió a María de Nazaret como esposa. Se casó no solo con la joven que amaba sino con el destino que Dios tenía pensado para Él. Esto le llevó a convertirse en el servidor fiel y prudente a quien Dios confió la Sagrada Familia. ¿No es profundamente conmovedor?

José se convirtió en el siervo fiel y prudente. Este papel único de José con María y Jesús lo convierte en una figura excepcional. Todos los padres sabemos el costo en tiempo y amor para que una familia prospere y viva en armonía y felicidad. La de José, la Sagrada Familia, cumplió a la perfección su misión al permitir que sus miembros fueran lo que estaban llamados a ser desde la eternidad. En los caminos de la vida cotidiana, aquella familia santa vivió inviernos y veranos, altibajos, se formularon preguntas, pero José nunca se alejó de la fe y mantuvo plena su confianza en la Palabra de Dios manifestada en su corazón y en su inteligencia.

Sabemos que estuvo presente con Jesús y María durante la infancia de Jesús, ya que lo encontramos con ellos en el Templo cuando Jesús tenía 12 años. No sabemos qué pasó después. José desaparece de la escena y cuando Jesús comienza a predicar la Buena Nueva ya no se lo menciona en los Evangelios. ¿No es ser un buen sirviente ceder el paso al Maestro y permanecer en la penumbra? José se realizó plenamente a sí mismo al dar a Jesús al mundo a su manera. Me he fijado que las estatuas y pinturas de San José generalmente lo muestran sosteniendo a Jesús en sus brazos. ¡Claro ejemplo de que José fue el protector de Jesús, el formador de su carácter y su persona! En la vida cotidiana, todos, seamos quienes seamos, somos discípulos de Jesús y, como José, lo llevamos dentro, en nuestras manos, en nuestros gestos, en nuestras acciones. Es a través de nosotros que todavía se le presenta al mundo hoy y ayer. ¡Qué hermosa misión es presentar a Jesús al mundo!

Las condiciones en las que nos encontramos son difíciles: abandono y decadencia de la práctica religiosa, secularización galopante, crisis de confianza en la Iglesia, etc. Los cristianos creyentes bautizados caminamos como José en fe y confianza. Como él no esperamos cambios mágicos. Él está allí siempre listo para recibir lo que Dios da. Estamos invitados a ser hoy, como José, buenos servidores que ceden el paso al Maestro y se comprometen a permanecer en las sombras. Llenos de fe, mantenemos una confianza inquebrantable en la acción del Señor. Aunque no siempre lo vemos, lo creemos con todo nuestro corazón.

Profundizando en la figura de san José a uno se le llena el deseo de seguirlo siempre para ser cada vez mejores personas, porque el maestro es Cristo y estamos a su servicio. Y como san José, todo lo que diga, todo lo que haga, todo lo que genere sea siempre en el nombre del Señor Jesucristo, ofreciendo por medio de él mi acción de gracias a Dios Padre.  

¡Glorioso san José, padre de Jesús, acudo a Ti para invocar tu protección y tu intercesión para que hagas de mi pobre persona un cristiano entregado a la verdad de Cristo, Tu Hijo, para que me ponga siempre a su servicio y sea testimonio de Él! ¡Concédeme la gracia de actuar como Tu, en el silencio y en la trastienda de la vida, disponiéndome a actuar con generosidad y humildad de corazón, para cumplir siempre la voluntad del Padre!

¡Conviértete, buen San José, en el modelo de mi vida para que me acoja siempre al plan que Dios tiene pensado para mi, para que me ayudes a predisponer mi corazón a su voluntad, para que imitándote a Ti sea capaz de hacer siempre lo que Dios me pida! ¡Conviértete, buen San José, en el guía que dirija mis pasos para no dejarme llevar por las cosas de este mundo y no apegarme a las seguridades humanas y darle como Tu a mi vida una trascendencia abriéndome a las sorpresas de Dios con esperanza y confianza!

¡Concédeme la gracia, buen San José, a abrirme a la luz del Espíritu como hiciste Tu para que desde la prudencia y la serenidad ser capaz de escuchar en mi interior la voluntad del Padre! ¡San José, padre bueno, conviérteme en una persona justo, constante, firme, solícita, generosa y fiel para crecer cada día en santidad y para ser capaz de darme al otro con el mismo corazón que palpitaba en la Sagrada Familia de Nazaret! ¡Y, sobre todo, buen San José, ayúdame a fortalecer mi fe y hacer viva mi vida espiritual!

«Dichoso el que teme al Señor y cumple su voluntad. Él gozará el fruto de su trabajo, tendrá prosperidad y alegría».

La Iglesia, al presentarnos hoy a San José como modelo, no se limita a valorar una forma de trabajo, sino la dignidad y el valor de todo trabajo humano honrado. En la primera lectura de la misa leemos la narración del génesis en la que se muestra al hombre como partícipe de la Creación. También nos dice la Sagrada Escritura que puso Dios al hombre en el jardín del Edén para que lo cultivara y guardase. El trabajo, desde el principio, es para el hombre un mandato, una exigencia de condición de criatura y expresión de su dignidad. Es la forma en la que colabora con la Providencia divina sobre el mundo. Con el pecado original, la forma de esa colaboración, el cómo, sufrió una alteración: Maldita sea la tierra por tu causa, leemos también en el génesis; con fatiga te alimentarás de ella todos los días de tu vida… Con el sudor de tu frente comerás el pan… Lo que habría de realizarse de un modo apacible y placentero, después de la caída original se volvió dificultoso, y muchas veces agotador. Con todo, permanece inalterado el hecho de que la propia labor está relacionada con el Creador y colabora en el plan de redención de los hombres. Las condiciones que rodean al trabajo, han hecho que algunos lo consideren como un castigo, o que se convierta, por la malicia del corazón humano cuando se aleja de Dios, en una mera mercancía o en instrumento de opresión, de tal manera que en ocasiones se hace difícil comprender su grandeza y su dignidad. Otras veces, el trabajo se considera como un medio exclusivo de ganar dinero, que se presenta como fin único, o como manifestación de vanidad, de propia autoafirmación, de egoísmo… olvidando el trabajo en sí mismo, como obra divina, porque es colaboración con Dios y ofrenda a Él, donde se ejercen las virtudes humanas y las sobrenaturales.

Durante mucho tiempo se despreció el trabajo material como medio de ganarse la vida, considerándolo como algo sin valor o envilecedor. Y con frecuencia observamos cómo la sociedad materialista de hoy divide a los hombres por lo que ganan, su capacidad de obtener un mayor nivel de bienestar económico, muchas veces desorbitado. Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad. Esto es lo que nos recuerda la fiesta de hoy, al proponernos como modelo y patrono a San José, un hombre que vivió de su oficio, al que debemos recurrir con frecuencia para que no se degrade ni se desdibuje la tarea que tenemos entre manos, pues no raras veces, cuando se olvida a Dios, la materia sale del taller ennoblecida, mientras que los hombres se envilecen, como nos dice el Papa Pío XI. Nuestro trabajo, con ayuda de San José, debe salir de nuestras manos como una ofrenda gratísima al Señor, convertido en oración.

Marzo, mes del glorioso Patriarca San José

Amorosísimo Dios mío, ved aquí delante de Vos a aquella miserable é ingrata criatura, que en vez de emplearse desde la hora en que comenzó a conoceros en vuestro divino servicio, ha empleado los días de su vida en vuestras ofensas. ¡Oh días de mi vida que podíais ser tan agradables a mi Dios, cómo fuisteis mal gastados y empleados contra El! ¡cómo fuisteis perdidos! no lo hizo así, Dios mío, vuestro Padre estimativo José. Oh Señor, por vuestras entrañas de misericordia y por los méritos de María vuestra verdadera Madre, y por los de vuestro fidelísimo custodio y abogado mío señor san José, os pido que no os acordéis de los yerros é ignorancias de mi vida, y concededme la gracia de poder llorar mis pecados y ejecutar cuanto os prometo, que es ser vuestro en lo por venir, tanto cuanto no lo he sido en lo pasado. Y Tú, amabilísimo Patriarca, amor de mi corazón y esperanza de mi alma atribulada; dirige hacia este infeliz que te invoca esos tus ojos piadosísimos, é interponiéndote entre mis pecados y la ira de Dios justamente excitada de ellos, alcánzame el perdón, y juntamente las virtudes generales y especiales de mi estado, con las que logre agradar a mi Redentor Jesús y desagraviarle plenamente, juntas con su preciosísima Sangre. Admíteme en el número de tus fieles siervos para que desde luego comience a obsequiarte en este mes que mi devoción señaló para honrar tu dulce memoria. Acuérdate que jamás se ha oído que desamparases al que te llamó en sus necesidades; no permitas, pues, que mis culpas, que ya arrepentido detesto, impidan que ejercites tus bondades para conmigo, antes ellas te presenten ocasión de hacer patente al mundo entero tu benignidad, tu valimiento con Dios y mi gratitud hacia Tí en la tierra y en el cielo, a donde espero, con tu ayuda, ir a alabar a la Santísima Trinidad en compañía de María, en la tuya, y en la de todos los Santos. Hago intención de ganar el mayor número posible de indulgencias con este ejercicio, y los demás que practicare en el día, y cedo estas indulgencias en favor de las santas almas del Purgatorio que la Virgen María señale: a este fin ruego a Dios por la intención de los prelados concesores y demás piadosos fines de nuestra madre la Iglesia. Amén.

CONSIDERACION I.

El templo no se hace para un hombre; se ha de levantar un edificio digno de que lo habite Dios: hablo, pues, de una obra magnífica, y de un templo a todas luces grandes, que sirva de palacio de la majestad del soberano Dios de Israel (Paralipom,29, 1). Si este es el plan de los pensamientosde David, ¿cuáles serían los designiosde aquel Señor que tiene a su arbitrio las grandezas,cuando preparó padre al Dios humanado,y esposo digno por la semejanza en virtudes yprivilegios de la Reina del cielo y de la tierra?Baste decir, que pensar de José cosas que nosean grandes, seria agraviar la conducta de aquelSeñor que no tiene semejante en los aciertos.En efecto, José, como padre existimativo deJesús, se hizo vicario y sustituto del Padre Eterno; y compañero del Espíritu Santo, comoEsposo dignísimo de Aquella, que ni tuvo aquien imitar, ni ha tenido quien la siga en elesplendor de sus perfecciones: así es que Joséfué óptimo por las virtudes y por los privilegioscon que Dios le enriqueció. Era de la famosatribu de Judá, y de la sangre de David por larama de Salomón, que era la real; y como descendientede aquel gran monarca de Israel, granprofeta y gran santo, contó entre sus ilustres progenitores diez jueces, tres capitanes del pueblo de Dios, trece patriarcas y veintidós augustos soberanos. Primogénito de Jacob según la naturaleza, se decía hijo legal de Helí, viniendo a ser también pariente de su purísima Esposa en segundo grado de consanguinidad, y pariente de Jesús en tercer grado; y, atentos su sexo y genealogía, heredero del trono de David, cuyo derecho trasmitió al morir a Jesús, su hijo propio y legítimo, bien que no lo fuese por naturaleza, sino solo por ser José marido de María siempre Virgen, verdadera madre del Hombre Dios por obra del Espíritu Santo.

 ORACIÓN

Oh José, cielo excelso é inmenso en que lucen y caben el Sol Jesús tu hijo estimativo, y la Luna María tu verdadera esposa, ¡y tantos ángeles, como estrellas, que les servían!  Con cuánta alegría levanto mis ojos a contemplar tu grandeza, y cómo salta mi corazón de regocijo considerando la magnificencia de tu gloria! ¡Ah, con razón mi alma se abre a la confianza y al amor, considerando que eres mi padre! Ya no me espanta el abismo de miseria y pecados en que estoy caído, porque extendidos mis brazos hacia Tí, estoy seguro de que me levantarás a tu cielo, obteniéndome el dolor del arrepentimiento y las lágrimas de la penitencia. ¿Por ventura te negarían algo Jesús y María cuando les pidas la salvación de mi alma reprobada por sus culpas? Mientras viva en carne mortal las puertas del infierno no se cerrarán sobre mí, y tu eficaz protección alcanzará que sea borrada mi sentencia de eterna condenación rubricada de mis delitos. No dejaré, pues, de estar llamando á las puertas de tu piedad, y estoy seguro de que no han de quedar defraudadas mis esperanzas. Desde este lugar en que estoy postrado en tu presencia, te envió los suspiros de mi corazón agradecido y los ayes de dolor por mis maldades; óyeme, José, y despáchame, por María y tu Hijo bendito. Amén.